Meditar, en una primera aproximación, es una práctica a través de la cual y utilizando algunas técnicas, conseguimos entrenar la mente para enfocarla en sensaciones, en la respiración o en otros objetos de atención con cierta voluntad. El fin no es dejar la mente en blanco. El proceso es lo que importa.
En la tradición budista, consideran a la mente como si fuera un sexto sentido. No me voy a entretener en esto, podéis conseguir información en muchas fuentes, lo que me interesa es la analogía que hacen en cuanto al funcionamiento del resto de los sentidos. Si tenemos los ojos abiertos, no podemos evitar ver, los oídos no pueden dejar de oír en estado de vigilia, no podemos parar el olfato cuando queramos. De la misma manera, consideran que la actividad de la mente es pensar, dar cabida y gestionar el flujo de pensamiento, por lo tanto, en principio y en condiciones “normales” en una sociedad occidental como la nuestra, no podemos dejar de pensar a voluntad durante mucho tiempo. Lo que sí es posible, es calmar la mente, tranquilizar el ritmo, prestar atención a los espacios entre pensamiento y pensamiento que cada vez se van prolongando. En definitiva, lo que sí podemos hacer es calmarnos tanto psicológica como emocionalmente ya que la esfera de lo mental y la esfera de lo emocional están íntimamente relacionadas.
Desde el ámbito del Mindfulness, se nos ayuda mediante la realización de las prácticas formales, e informales, a conseguir esa tranquilidad mental. Con la práctica, esta actitud se va reflejando en la vida cotidiana ayudándonos a gestionar mejor las emociones, a ser más efectivos en las tareas a desempeñar y también favorece nuestra relación con el entorno. Los ejercicios de meditación, ya sea en grupo o de manera individual, contribuyen a estos beneficios.
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Meditar no es dejar la mente en blanco
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